El Siglo XX le permitió al periodismo ocupar el favorecido lugar de formador de opinión con fuerte influencia en la sociedad. Libres de críticas y regulaciones, sus actores fueron entendiendo de a poco que sus palabras adoptaban carácter santo e incuestionable, y utilizaron esta ventaja para favorecer su bien personal, sin importarles la traición a sus fieles seguidores. Sin prisa pero sin pausa, los intereses comerciales de las empresas empezaron a primar sobre el derecho a la información de los ciudadanos. El diario Clarín, en conjunto con los medios que respondían a sus mismos intereses, se convirtió en la década del ´70 en el representante de esa nefasta impunidad en Argentina.
Cómplices del Golpe de Estado que aterró a la población entre el 1976 y 1983, los periodistas al mando de Ernestina Herrera de Noble defendieron a capa y espada a aquel gobierno de facto, escondiendo sus asesinatos y secuestros. El 25 de Marzo de 1976, una frase del diario rezaba: “Se abre ahora una nueva etapa, con renacidas esperanzas. Y, si bien el cuadro que ofrece ahora el país es crítico, no hay que olvidarse que todas las naciones tienen sus horas difíciles y que el temple de sus hijos es capaz de levantarlas de su ruinosa caída”. Luego, a la luz de los hechos, en sus páginas alrededor del año 1982 se podían leer aseveraciones del estilo de: “Ninguna persona responsable negará que dicha acción fue necesaria, puesto que la guerrilla había puesto al país en trance de disgregación. Algo insoportable”. Esta postura fue la que les posibilitó la obtención de la mayor parte de Papel Prensa S.A., lo cual los colocó en una posición de privilegio en relación a sus competidores. Al respecto de esta polémica adquisición, Lidia Papaleo (viuda de David Graiver, dueño de la empresa) aseguró con claridad: “Magnetto me amenazó, me dijo que teníamos que firmar sino perdíamos la vida”.
A la luz de la creciente inmunidad de la que Clarín disfrutó en esa época, vale la pena aclarar que la libertad de prensa que protege a la empresa no es aquí una excusa válida, ya que la Constitución reformada en 1994 le garantiza a los lectores el derecho a recibir información “adecuada y veraz”. Sin pedir objetividad, ya que la teoría moderna del conocimiento explica que la verdad es siempre relativa y depende del sujeto que la analice, la Corte Suprema de Justicia de la Nación señaló en 1991 que el periodismo debe “…buscar leal y honradamente lo verdadero lo cierto, lo más imparcialmente posible”.
Superada la etapa de actividad más siniestra del Grupo, la década del ´90 trajo para Clarín nuevos horizontes. La ley 22.585, instaurada por la Dictadura, que en el capítulo IV, artículo 45 garantizaba que: “Las licencias se adjudicarán a una persona física, o jurídica, regularmente constituida en el país. Cuando el solicitante sea una persona jurídica en formación, la adjudicación de la licencia se condicionará a su constitución regular. No tener vinculación jurídica societaria, ni sujeción directa, o indirecta con empresas periodísticas, o de radiodifusión extranjeras” fue modificada por el gobierno menemista, el cual le quitó el último requerimiento, otorgándole así a la corporación la posibilidad de convertirse en una empresa prácticamente monopólica, al adquirir canales de TV y emisoras de Radio. Este nuevo panorama convirtió a Clarín en un grupo de proporciones y alcance casi omnipotente. De esta manera, no sólo el discurso se volvió homogéneo y creció la dificultad de encontrar ideas diferentes, sino que la gran mayoría de los periodistas se vieron obligados a ir en contra de sus propias ideologías sabiendo que se les cerrarían todas las puertas y posibilidades de trabajo si generaban una enemistad con Héctor Magnetto y sus “secuaces”. Muchos hombres y mujeres vieron así lesionadas sus libertades de expresión y de pensamiento.
Lentamente el argentino promedio se vio bombardeado y abrumado por este monstruo mediático que jocosamente se adjudicó la facultad de sacar y poner presidentes con 5 tapas de su diario. No obstante todo el poder y hegemonía conseguidos, el Grupo vio sus intereses amenazados por la figura de un gobierno fuerte y popular que paso a paso fue cargando contra las grandes concentraciones de Capital que controlaban al país desde hacía Siglos. Debatiéndose contra este nuevo movimiento llamado “kirchnerismo” (en referencia a sus líderes, Néstor y Cristina Kirchner), Clarín vio en 2008 una rendija. Creyeron vislumbrar un paso en falso y una oportunidad de ataque cuando el 11 de Marzo las cuatro organizaciones que comprenden el sector de la producción agropecuaria (mejor conocido como “El campo”) tomaron la medida del “lockout” y bloquearon las rutas en el país, en protesta por la suba en las retenciones de la soja (el negocio que principalmente engrosaba sus arcas por aquellos años) que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner había anunciado el día anterior. Astutas y veloces, las imprentas “clarinezcas” opusieron a la clase media-alta con el Poder Ejecutivo, tildando a este último de autoritario y separatista, y desplegando un sorprendente arsenal de argumentaciones que explicaban por qué la resolución 125 iba en contra de los intereses del pueblo, envistiéndose con la calidad de pregoneros del bien público.
Lo que Clarín no tuvo en cuenta fue que esta vez no había un poder político mayoritario que los avalara, y sus mentiras empezaron a quedar al descubierto. La falsedad de los datos volcados por sus periodistas se hizo evidente. Además de los ejemplos más claros, como que “El Campo”, que fue dibujado como el mayor productor de Argentina, sólo aportaba el 5,3% del P.B.I. (porcentaje que lo ubica en el 8vo lugar entre los sectores que más suman a la riqueza del país), la sociedad fue notando la ironía de salir a defender como reivindicación de las clases bajas a una organización históricamente oligárquica y, entre otras cosas, partidaria del Golpe de Estado de 1976. Así fue que, presa de sus propias exageraciones, la credibilidad de Clarín se encontró en un punto de inflexión que desató la rabiosa pérdida de confianza de sus lectores. Diarios como Página 12 y programas de TV como 678 actuaron de autorreguladores para continuar desenmascarando la trama de manipulaciones que sostenían al Grupo.
El desencanto del público decantó en 2009 en la necesidad la aprobación de una nueva “Ley de Medios” que buscaba desarmar los monopolios limitando significativamente la cantidad de licencias que se le permitía tener a cada titular. Una nueva campaña de desprestigio y protesta fue montada desde Clarín y La Nación, que bautizaron al proyecto como “Ley de medios K” “Ley de control de los medios” o “Ley mordaza”, y en cuyas tapas que se encontraban títulos de la índole de “TN puede desaparecer”; pero esta vez los intentos fueron en vano. El nombre de los medios, junto con su credibilidad, ya estaban manchados sin vuelta atrás.
La Ley de Servicios de Comunicación audiovisual (Nº 26.522) fue aprobada desplazando a la que había impuesto el gobierno de facto. Hoy Clarín no sólo enfrenta una crisis de credibilidad sino también la posibilidad de verse claramente disminuido. Finalmente, sus tergiversaciones e intereses personales terminaron quitándoles seriedad y popularidad, y devolviéndole al periodismo argentino algo de la integridad y el pluralismo que debería esperarse de una profesión con tanta responsabilidad.
Darío Kullock
Fuentes:
- Constitución Nacional
- Boletín Oficial de la República Argentina Nº 31.756
- Ley Nº 26.522
- Ley Nº 22.585
- Archivo del diario “Clarín”
- Archivo del diario “La Nación”
- Archivo del diario “Página 12”
- Cuadernos de Ética y Deontología Profesional (Prof. Héctor Becerra, año 2011)