Las ausencias de jugadores de la mejor liga de básquet para el mundial de Turquía generaron polémica, pero nadie hizo el pertinente análisis crítico y profundo de un formato que lo último que tiene en cuenta es al propio deporte.
La noticia de la deserción de Andrés Nocioni golpeó duro al plantel argentino, no sólo por la ausencia en si, sino también por la cercanía con el comienzo del torneo y por el modo en que fue manejada la situación. Pero ese es sólo el pico de un iceberg contra el que el básquet FIBA choca permanentemente. Ese iceberg se llama NBA y empezó a derretirse sin darse cuenta.
“Philadelphia dijo que no puedo jugar” fueron las palabras que usó el alero para romperle el corazón y disminuirle las esperanzas a muchos argentinos. Más allá de la bronca y la tristeza que generó perder a un jugador de su calibre, la negativa de la franquicia NBA representó el típico ejemplo de un asunto que se ve reflejado en todas las selecciones, incluida la de Estados Unidos, y que afecta a todo el básquet, incluido el norteamericano. Resulta que si la NBA decide que el Mundial no es importante, los jugadores de la mejor liga del mundo no tienen permiso de participar. Si los mejores atletas quedan afuera, no sólo USA presenta un equipo nivel “C”, sino que todas las selecciones pierden a sus figuras. Entonces el Mundial pierde prestigio. Esto genera que disminuya la popularidad del deporte. Todos salen perjudicados, todo “cortesía” de la NBA.
Hasta hace unos veinte años este accionar tenía sentido desde la óptica estadounidense: difícil olvidar al “Dream Team” que en Barcelona 1992 deslumbró al mundo armado de estrellas que noche a noche convertían a la NBA en una liga inigualable, íntegramente local. El ganador del torneo podía ostentar pomposamente el título de “campeón mundial” y EE.UU. era indiscutido sin necesidad de salir a la cancha. No obstante, hoy en día el mapa mundial cambió bastante. La NBA ya no es exclusiva de locales, sino que está superpoblada de extranjeros (cada temporada hay más), y además estos europeos, americanos o asiáticos son determinantes en la liga. No son sólo figuritas de promoción, son MVP´s, son líderes de equipos campeones. Los Dirk Nowitzki, Steve Nash, Tony Parker, Yao Ming o Manu Ginóbili tomaron al mejor básquet del mundo por asalto, y hoy ponen en duda el cetro de USA, día a día un poco más.
Está claro que si se armara en la actualidad una suerte de equipo de “Resto del mundo” podría pelear mano a mano contra un team de estrellas de la NBA. No suena a mucho, pero hace diez años era impensado. En el presente, a los norteamericanos ya no les alcanza con formar seleccionados de segunda o tercera línea para ganar sin mosquearse toda competencia que se les ponga enfrente. Ya en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 estuvieron a un tiro de quedar afuera en semifinales ante Lituania. Ese equipo con Vince Carter y Kevin Garnett a la cabeza apenas le sacó nueve de diferencia a Francia en la final. Ya se anticipaba el final del predominio “yankee”, todos lo vieron venir, menos ellos. En Indianápolis 2002 cayó el gran cimbronazo: una selección con poco compromiso y mucha impotencia (la foto de Jermaine O´neal pisando deliberadamente la espalda de Luis Scola sigue en el hall de la fama de básquetbol “sucio”), liderada por Paul Pierce, sufrió a manos de Argentina su primer derrota como seleccionado mayor estadounidense formado por jugadores profesionales de la NBA. Esa plantilla terminó sexta protagonizando la peor humillación en la historia de su básquet. Ginóbili aún no había sido captado por ellos, pero ya les estaba pintando la cara. Tampoco lo vieron venir. En Atenas 2004, ya con un proceso de reestructuración, producto de la alarma que les significó la caída estrepitosa en su país, se armó un equipo aparentemente sólido con hombres de primer nivel como Tim Duncan y Allen Iverson, más la juventud de los incipientes Carmelo Anthony y Lebron James. Tampoco alcanzó: volvieron a caer derrotados ante Argentina, y apenas consiguieron la medalla de bronce; en la capital griega, la mano más certera del Dream Team fue la de Stephon Marbury que lesionó a Oberto en su afán de “conseguir la pelota” y lo dejó afuera de la final. Anthony y James reaparecieron en Japón 2006, con más experiencia y con el aditivo de Dwane Wade. Esta fresca y explosiva selección daba la impresión de llevarse al mundo por delante, pero Grecia les tiró el oficio encima y los relegó nuevamente a la medalla de bronce. En Beijing 2008 aparentaron poner las cosas en su lugar, de la mano de Kobe Bryant y casi todos sus mejores exponentes. Es cierto que ganaron con holgura, pero aún no tanta como aquel Dream Team de hace dieciocho años. En 2010 un grupo de sacrificados jugadores entre los que resaltan Kevin Durant, Derrick Rose y Chauncey Billups se llevó el campeonato del mundo, pero sin brillo ni facilidades. Con o sin figuras, Estados Unidos ya no es lo que era, y no es casualidad.
No se puede cuestionar que siguen siendo los mejores, pero sí se nota que no ejercen el dominio de sus épocas doradas. Los mismos periodistas norteamericanos repiten que las estrellas que lideran la NBA hoy por hoy no son comparables con las que la hicieron brillar en las décadas pasadas. Estados Unidos se durmió en los laureles de su superioridad. Mientras a su alrededor el básquet internacional empezaba a parecérsele cada vez más, ellos seguían inmersos en su burbuja de pedantería. Mientras traían jugadores extranjeros como estrategia publicitaria, estos mismos hombres les robaban el protagonismo en su propia liga. Al tiempo que mandaban selecciones de bajo nivel de manera sobradora a las citas internacionales, los demás países recortaban la diferencia en cada campeonato.
No obstante, el mundo FIBA sigue haciéndoles caso. Si las franquicias de la NBA establecen contratos que les permiten decidir si los mejores jugadores del mundo forman o no parte de un Mundial o Juego Olímpico, la FIBA no interviene. Si la NBA quiere cambiar los reglamentos de la Federación Internacional para que se parezcan más a los de su propia liga, la FIBA acata. ¿Porqué seguir los mandamientos de un modelo basquetbolístico en decadencia? Simple, porque aquí lo que menos importa es el básquet. ¿La NBA promueve la llegada de jugadores chinos para mejorar su nivel y darle globalidad al campeonato? No, lo hace porque los ve más gente por la tele. ¿Las franquicias obligan a los jugadores a hacer caridad porque, como dice su lema, “A la NBA le importa”? No, es la estrategia de marketing más vieja del mundo. ¿El comisionado David Stern fija topes salariales a los equipos para sacarle ventaja a los más poderosos económicamente? No, demagogia y falso comunismo. Si Los Ángeles Lakers quiere romper el tope salarial para juntar a Kobe Bryant, Pau Gasol, Lamar Odom y Ron Artest sólo necesita pagar una accesible multa. Ese pago no es tan accesible para los Oklahoma City Thunder, que se deben conforman con buscar una buena posición en el Draft. ¿La FIBA ruega cooperación de la NBA por el bien del básquet? No, pide formar parte del multimillonario negocio del que se viene quedando afuera. Entonces, mientras más jugadores NBA tiene un país, más diezmado está su equipo a la hora de enfrentar una competencia importante. Porque si Philadelphia dice “no”, Nocioni debe obedecer. Lo mismo para Ginóbili que tantas veces fue puesto en duda por las caras largas en San Antonio. Como resultado, los Juegos Olímpicos y Mundiales son cada vez menos competitivos y atractivos.
Al mismo tiempo que el orgullo estadounidense llegó a la Luna (o a un decorado armado para la TV…), el nivel de su básquet sintió la gravedad encima y se fue achicando. Ahora, ahorcada por un básquetbol FIBA que le pisa los talones, la NBA sale de la cueva y extiende sus tentáculos con el propósito de disminuir el vuelo del básquet internacional. Eso sí, sin poner nunca en riesgo la seguridad de sus bolsillos…es decir, la “integridad física de sus jugadores”.
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